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Los días de lluvia nunca fueron lo mío, salvo raras circunstancias en donde pasearme con un paraguas me puede llegar a hacer feliz por algún motivo secreto, el resto de los días de lluvia me humedecen el espíritu y mi pobre existencia de gansa se tambalea para no caer de jeta en un chiiiiiarco y ahogarse en una depresión. Aunque por momentos siento un empujón de energía que podría llevar a mi anatomía de ave a desplegar las alas del deseo y levantar vuelo, siempre esta esa sensación de tormenta que hace que no pueda despegar y quede varada en una enorme laguna. Lo peor es el tema del frío humedo y penetrante, la ausencia de calor y de sol, que deja a uno tan descompensado y lo lleva a pensar si alguna vez volverán a calentarse esas plumas mojadas y chiiiiamusacadas y ese pico de ave volverá a volar por los aires con una enorme sonrisa cerca de cielo. Pero bueno por suerte el autoconocimiento de la gansa le premite saber que sus ciclos son igual de inestables y de rapidos que el clima...
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